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    Ventura de la Vega

    La cita

    Nunca más bello color
    dio al horizonte tu llama,
    astro de eterno fulgor,
    al esconder tu esplendor
    la cumbre de Guadarrama.

    Nunca tu aroma sentí
    más delicioso que ahora,
    linda rosa carmesí;
    nunca más bella te vi
    con las perlas de la aurora.

    Arroyo, que turbio y feo
    ayer te vi deslizar,
    ¿cómo tan limpio te veo,
    que ya de tu fondo creo
    las arenillas contar?

    Galanos campos que hacéis
    de toda esta pompa alarde,
    ¿a quién celebrar queréis?
    ¿O es por dicha que sabéis
    que viene Laura esta tarde?

    A don Alberto Lista en sus días

    Del blando lecho de Titón hermoso
    la sonrosada aurora
    gallarda se lanzó: rauda traspasa,
    precursora del astro refulgente,
    los piélagos de Tetis,
    y a los campos llegó que riega el Betis.

    Oye la lira y el cantar sonoro
    del inmortal Fileno,
    que la inocencia lamentó perdida;
    el vuelo enfrena, y al felice vate
    que admiración inspira,
    «¿Qué cantas, dice, en la templada lira?

    ¿Segunda vez, acaso, la inocencia,
    de la tierra alejada
    lamentas, o de nuevo el fiero trono
    que la superstición erige altiva
    y el negro fanatismo
    lanzas a la mansión del hondo abismo?»

    «No, le responde el vate, interrumpiendo
    su dulcísimo canto:
    el fiero monstruo que mi voz hundiera,
    para siempre le hundió: la virtud pura
    a la tierra tornada,
    tiene en ella por fin digna morada.

    Que Anfriso nace; y la virtud sublime,
    la cándida inocencia
    fugitivas doquier, buscando errantes
    asilo do morar, vieron su pecho
    y en su pecho anidaron,
    y virtud e inocencia le inspiraron.

    Este día feliz, cuyos albores,
    bella Aurora, derramas,
    le vio nacer: el caudaloso Betis,
    torciendo ufano su corriente pura,
    besar la cuna quiso
    do reposaba el envidiado Anfriso;

    y la orgullosa frente levantando,
    de laurel coronada,
    al sacro Tajo, al rápido Garona,
    y al Ródano y al Po y al Manzanares
    la vista audaz tendía,
    clamando ufano: «¡La victoria es mía!»

    En su cándida mente el mismo Apolo
    la ternura derrama
    de Anacreón, y del sublime Horacio
    la poderosa enérgica armonía;
    baja del Pindo y llega
    y su templada cítara le entrega.

    Anfriso canta; y Píndaro y Horacio
    y cien vates y ciento
    cantan, y ceden al cantor del Betis,
    y la vencida cítara deponen;
    y el coro de Helicona
    su docta frente de laurel corona.

    Ya las cuerdas hiriendo dulcemente,
    las blandas guerras canta
    de la madre de amor; ya mas robusta
    la voz engrandeciendo, tu salida,
    del día precursora,
    mensajera del Sol, celeste Aurora.

    Canta la tolerancia, y a sus ecos
    la espelunca horrorosa
    crugiendo se desploma y sus ruinas
    y sus ministros bárbaros consume
    la hoguera aborrecida
    en su seno por siglos encendida.

    Pregunta al justo quién el dulce encanto
    de la virtud divina
    en su pecho inspiró: pregunta al malo
    quién su maldad impávido combate;
    pregunta a los pastores
    si amores sienten cuando canta amores.

    A mi pecho pregunta, do se anida
    inextinguible fuego
    de sagrada amistad. Sí, caro Anfriso,
    tuya es mi voz, mi dulce risa tuya,
    tuyo mi triste llanto.
    Mi voz remedo informe de tu canto.»

    Dijo Fileno; y con el plectro de oro
    hirió la acorde lira;
    y en los senos del Betis cristalino
    el canto resonó. La frente alzando
    el Dios lo escucha atento:
    callan las aves: enmudece el viento.


    1823




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