Un mundo de conocimiento
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    Vicente Wenceslao Querol

    A bordo

    La mar, tras la borrasca, se estremecía sorda
    del moribundo día a la dudosa luz,
    cuando yo, sobre el puente, de pechos en la borda,
    pensaba así, mirando la inmensidad azul:

    Bajo la frágil tabla donde al azar me fío,
    ¿qué pasa en los abismos recónditos del mar?
    ¿Qué ley rige ese mundo desconocido y frío,
    sumido en los horrores de eterna oscuridad?

    ¿Qué monstruos gigantescos vagan por él a solas
    mudos, inquietos, ciegos, sin odio y sin amor?
    ¿Qué seres misteriosos, debajo de esas olas,
    cruzan entre las sombras sin voz y sin rumor?

    La Soledad inmensa, la Noche interminable
    y el gran Silencio, eterno, rigen a par los tres
    este escondido imperio del ancho mar instable,
    que se estremece y gime debajo de mis pies.

    Cuando la nave, herida por la cruel tormenta
    su destrozado casco hunde en el mar voraz,
    ¿qué descubre en las aguas, por donde baja lenta,
    el capitán que atado al roto mástil va?

    ¿Ve de los buques náufragos desde la edad remota,
    sin velas y sin remos, sin rumbo y sin timón,
    entre las densas nieblas pasar la negra flota
    de Oriente al Occidente, del Sur al Septentrión?

    ¿Ve del antiguo pueblo, que sumergió precito
    el agua del diluvio, alzarse de pie aún,
    las torres y los templos de mármol y granito,
    y el pórtico y los foros sin voz ni multitud?

    ¿Ve de los continentes el conmovido asiento,
    y de las grandes islas el deleznable pie,
    que grano a grano arranca el líquido elemento,
    para en común naufragio sus restos envolver?

    Lo que en tu seno ocultas, oh mar, la tierra ignora:
    ¿la tumba eres acaso de un mundo que murió?
    ¿O acaso eres la madre fecunda y creadora,
    que en sus entrañas guarda de un mundo el embrión?

    Hoy, no, como en los tiempos de la risueña Grecia,
    con las sirenas pueblas tu inmensidad sin fin;
    hoy, cuando en tus llanuras la tempestad arrecia,
    no aplaca ya Neptuno tus ondas de zafir.

    Hoy Venus ya no nace de tu ligera espuma;
    Proteo sus rebaños no lleva por ti, oh mar;
    y la verde Anfitrite, ceñida en tenue bruma,
    no habita tus palacios de nácar y coral.

    Mas, cual la antigua Venus, hoy de tus aguas brota,
    al beso del sol cálido, blanco vapor sutil
    que engendra, cuando en lluvia desciende gota a gota,
    los frutos del octubre, las rosas del abril.

    De ti, cual de Neptuno, la nube que camina
    al viento y luz cambiando de forma y de color,
    el río turbulento, la fuente cristalina
    y el solitario lago los tributarios son.

    Te hablo, y con un gemido parece que respondes,
    y finjo que mi suerte como la tuya es;
    que algún dolor inmenso dentro del seno escondes,
    como el que en mi alma triste escondo yo también.

    Naufragio de esperanzas, ruinas del bien ausente
    y sombras y terrores, el hombre, como tú,
    encubre: él, bajo el velo de su serena frente;
    tú, bajo el falso velo de tu sereno azul.




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