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    Vicente Wenceslao Querol

    Canción a las flores

    Cuando la tierra toda
    creó en un día el Hacedor Supremo,
    como traje de boda,
    la coronó de flores
    de un extremo del mundo al otro extremo;
    y cuando en el pecado
    cayó el hombre, llorando sus angustias,
    sobre el tallo delgado
    doblando todas sus corolas mustias.

    De entonces que en su frente
    brillan las gotas de agua transparente,
    que el viento del estío
    seca, pasando con callado vuelo,
    y son las tenues perlas del rocío
    lágrimas de los ángeles del cielo.

    Reinas de los festines
    fueron en Grecia y Roma;
    Semíramis les daba sus jardines;
    Nerón gozaba en respirar su aroma.
    Del seno de la flor que el Ganges cría,
    nació el dios del Oriente;
    risueño el Numen que preside al día,
    hizo a la blanca Aurora
    volar delante de su carro ardiente,
    lluvia de rosas derramando en torno;
    y la callada Noche al dios del Sueño
    le ciñó como adorno
    las guirnaldas de flores del beleño.

    La Virgen sin mancilla,
    la que en el trono de los cielos brilla,
    dispensadora de perpetuos bienes;
    la que del cieno arranca
    y encumbra el alma a la región serena,
    lleva en las nobles sienes
    de tristes flores la corona blanca
    y en las manos la cándida azucena.

    Adorna la sencilla campesina
    con rojas amapolas
    de su cabello los flotantes rizos,
    cuando en la cristalina
    fuente de mansas olas
    mira copiarse, alegre, sus hechizos.
    La suntuosa estancia
    donde en dorados búcaros consume
    la flor de extraños climas sus corolas,
    llena está de su célida fragancia;
    llena de su perfume
    la iglesia humilde de la pobre aldea;
    flores lleva en la falda
    la niña que en los prados juguetea;
    de flores es la púdica guirnalda
    que al pie del altar ciñe
    la nueva esposa, cuyo rostro tiñe
    vergonzoso el rubor de los amores;
    cubren las frescas flores
    del triunfador la clamorosa vía;
    mústianlas en sus frentes
    las impuras bacantes de la orgía;
    cuídalas la doncella
    que en la estrecha ventana,
    para reír con ella,
    las ve el cáliz abrir cada mañana.
    El goce, que no dura,
    ama las tiernas flores fugitivas;
    la fría sepultura
    ama las inmortales siemprevivas.

    Tenues hojas brillantes,
    juguete de los vientos inconstantes,
    nacidas a la aurora
    y muertas a la tarde,
    víctimas de la lumbre que las dora
    y en sus pétalos arde,
    en vuestro seno posa.
    rival de vuestras galas,
    la incierta mariposa,
    que es otra flor con alas.
    Cual galán, que a la reja
    de su amorosa esquiva
    pesares canta, la dorada abeja,
    zumbando en torno, en vuestro cáliz liba.
    En vuestro seno quiso
    Dios guardar una gota
    de la perdida miel del Paraíso;
    y en la esencia que en vuelo
    leve al redor de vuestras hojas flota,
    algo del aire que embalsama el cielo.

    Cuando al morir el día
    cruzo yo pensativo los jardines,
    estrella que me guía
    paréceme la flor de los jazmines;
    y el capullo de rosa
    que en el vergel descuella,
    como púdica virgen, ruborosa
    de que la llamen bella.
    Son lluvia de amatistas los racimos
    de las abiertas lilas.
    La humilde violeta, que se pierde
    entre el césped, semeja a las pupilas
    de brillo azul tras la persiana verde.
    Son cautivas beldades, entre abrojos
    los azahares presos;
    son los claveles rojos
    labios que dan enamorados besos;
    cetro de la hermosura
    la rama de los frescos alhelíes;
    voluble el girasol, se me figura
    que dice «no te fíes».
    Imagen del amor que amor procura
    la pasionaria dulce y sin espinas;
    cual Venus de los mares,
    surgen de entre las aguas cristalinas
    los blancos nenufares,
    y míranse inclinados
    del claro arroyo en las sonoras linfas
    los lirios azulados,
    como en la fuente el grupo de las ninfas.

    Bellas flores queridas,
    hijas de la apacible primavera,
    ¡cómo al miraros siento las heridas
    hoy renovarse de mi edad primera!
    Los deseos del alma y su audaz brío
    cruel el tiempo mata,
    cual vuestro cáliz mustia y lo arrebata
    la ráfaga de estío.
    ¡Cuánta esperanza se trocó en desmayo!
    ¡Cuánta ilusión en luto!
    ¡Y cuánta bella flor, nacida en mayo,
    no dio al otoño el fruto!
    Cual cubre el amarillo jaramago
    las ruinas desiertas,
    así un dolor indefinible y vago
    cubre mis ansias muertas.
    Pero ¿quién no ha salvado del olvido
    un recuerdo feliz de sus amores?
    ¿Quién no guarda escondido
    un ramo seco de marchitas flores?


    ENVÍO
    Canción, vuela distante,
    vuela a mi edad amante,
    y di en secreto a aquella
    por quien mi eterno amor guardo constante,
    que cuando veo flores, pienso en ella.




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