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Vicente Wenceslao Querol
A la memoria de mi hermana Adela
I
Seis años ya que el alma de mi alma
en la triste postrera despedida
me dijo su adiós tierno.
¿Por qué, infiel corazón, lates en calma?
¿Por qué, cuando es eterna la partida,
no es el dolor eterno?
II
Y eterno es mi dolor, que aún el agudo
dardo yo siento en la cerrada llaga
cuando una voz la nombra.
No está muerto mi duelo, aunque está mudo.
Secos al llanto, por mis ojos vaga
siempre una triste sombra.
III
Cuando el invierno pálido se aleja
y primavera con las frescas galas
orna el árido suelo,
cual mariposa que la cárcel deja,
su alma entreabrió las transparentes alas
para volar al cielo.
IV
De entonces que al tornar las tibias brisas,
cuando en Oriente el sol rojo fulgura,
mi corazón opreso
ve en las luces del alba sus sonrisas,
y el soplo del abril se me figura
su codiciado beso.
V
Y al pensar en su blonda cabellera
y en la luz de sus ojos de esmeralda,
me finjo en mi congoja
que es su imagen la verde primavera,
cuando de mustias rosas la guirnalda
tristemente deshoja.
VI
Que ella murió en la edad de la hermosura,
en la edad de los cándidos hechizos;
y cuando piense en ella
veré siempre su blanca vestidura,
su tersa frente y sus dorados rizos:
la veré siempre bella.
VII
Morando en los espacios de la gloria
tú aún vives con nosotros, pobre Adela;
tú para mí no has muerto.
Yo en mis duelos invoco tu memoria,
cual protector espíritu, que vela
sobre mi hogar desierto.
VIII
Y, al vencer los escollos de la vida,
yo comprendo ahora bien cuánto se encierra
inefable consuelo,
en el místico lazo, en que va unida
parte de una familia por la tierra
y parte por el cielo.
IX
Como en el bosque solitario el ave,
cual flor nacida en el cerrado huerto,
como en el mar la ola,
cuya breve existencia nadie sabe,
tú, en el hogar donde naciste has muerto
desconocida y sola.
X
Pero al orgullo vano de la ciencia,
y a las fútiles pompas de la gloria
o al opulento brillo,
prefiero yo tu cándida inocencia,
y esa vida sin mancha y sin historia
de un corazón sencillo.
XI
Fugaces horas de inocentes juegos,
fiestas alegres del hogar, veladas
de infantiles consejas,
de estudio grave o de devotos ruegos,
ésas son las memorias adoradas
que a tus hermanos dejas.
XII
Yo sé por qué, tras de suspiro blando,
mi madre enjuga con callado duelo
sus húmedas pupilas;
yo sé en qué piensan mis hermanas, cuando
clavan absortas en el albo cielo
sus miradas tranquilas.
XIII
La limosna, el perdón de los agravios,
la alegría, el dolor que purifica
el corazón del hombre,
la oración que pronuncian nuestros labios,
todo a ti nuestro amor te lo dedica,
todo se hace en tu nombre.
XIV
Así llenas tú aún nuestra morada;
así de nuestro amor te hizo señora
para siempre la muerte;
y cuando llegue la vejez cansada,
pienso que ha de endulzar mi última hora
la esperanza de verte.