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Vicente Wenceslao Querol
A la patria con motivo de la guerra civil
Fingid que el deshonor turbia y desdora
la venerada frente
de la que el ser os dio; que al torpe insulto
alzar no osáis la mano vengadora,
flaca y cobarde ante el oprobio oculto;
y cuando estéril os devore la ira
y la vergüenza el anima os taladre,
sabréis qué musa mí canción inspira
a España, que es mi mancillada madre.
¡Musa es también la indignación!... ¡Oh gloria!
Cuando en cercanos juveniles días
yo, de la patria historia
las páginas brillantes o sombrías
trémulo recorrí, de España el genio,
atónito, a mis ojos
se alzó y aún guardo su febril memoria.
Él, numen sacro de la Patria, él era
quien enfrenaba el paso
del río en la pradera,
lamentando el cantar de Garcilaso,
o en la guerrera trompa
vibraba el himno triunfador de Herrera;
él, quien el áureo brillo
y de los cielos la innarrable pompa
trasladó sobre el lienzo de Murillo,
y dando a Cano su fecundo soplo,
como del barro Dios, del mármol rudo
héroes formaban al golpe del escoplo.
Por su pálida frente la indecisa
sombra de los gigantes
sueños de Calderón cruzaba adusta,
y vagaba en sus labios la sonrisa
inmortal de Cervantes.
Para surcar la augusta
soledad de los mares no sabidos,
Colón guiaba sus audaces quillas;
para domar vencidos
en pavorosas lides
los pueblos todos, con horrendo estrago,
broquel y espada diéronle los Cides
y su corcel Santiago.
Y en cuanto el mar abarca,
y en Cuanto el sol corona,
las razas le aclamaron por monarca
del mar de hielo a la abrasada zona.
Que él sojuzgó la América en Otumba,
hundió al Asia en Lepanto,
abrió en Las Navas de África la tumba,
y fue en Pavía de la Europa espanto.
Escritas fueron en su altivo idioma
de dos mundos las leyes.
Él dio a los pueblos reyes
y Césares a Roma.
Para guardar sus valles
fió a Guzmán las puertas de Tarifa,
y dio al vasco el peñón de Roncesvalles.
Y antorchas de su gloria,
sobre el pasado oscuro
de veinte siglos, colocó a distancia,
para alumbrar su historia,
de Zaragoza el incendiado muro
y las eternas llamas de Numancia.
Dios coronó de mieses sus llanuras,
de bosques sus montañas;
dio a sus valles rumores y espesuras;
guardó de los metales el tesoro
del monte en las graníticas entrañas,
y sobre lechos de oro
adormeció las ondas de sus ríos.
Dios ciñó con guirnaldas
de entrelazadas vides sus colinas,
derramando en las faldas
la plata de las fuentes cristalinas.
Tachonó de topacios
la sombra de sus noches estrelladas,
llenando los espacios
de eterno azul con brisas perfumadas;
y ceñida de luz y resplandores,
coronada de rosas y azahares,
cual la diosa gentil de los amores,
surgió España del beso de dos mares.
¡Hoy!... La vergüenza muda
puesto en los labios el discreto dedo,
silencio exige a mi palabra ruda.
¡Hoy! Cuando el llanto anubla mis pupilas,
yo, con afán incierto,
me pregunto, en mis horas intranquilas,
si en tu recinto, España,
la fe, el honor y la virtud han muerto.
No es tu raza esa impura
turba que arrastra por sangrientas charcas,
Patria infeliz, tu regla vestidura,
ciñendo, en vez de tu severa toga,
el manchado disfraz de la locura.
No se engendró en tu seno
quien, si en el mar, do boga,
de la codicia y la ambición, se anega,
a las turbadas olas
la honra, cual carga peligrosa, entrega.
No nació de matronas españolas
esa prole pigmea
que en torno a la tribuna del sofista
ebria le aplaude o gárrula vocea.
Ni se forjó tu espada de conquista
para las flacas manos
que hoy blanden el puñal, que rojo humea,
tinto en la sangre ¡oh Dios! de los hermanos.
Repudia, oh Patria, la villana escoria
que el claro brillo de tu estirpe amengua,
que ella rompió tu pacto con la gloria;
no sabe de tu honor, ni habla tu lengua.
Pastor que guías las nevadas greyes
de la ardua sierra a los tendidos llanos;
tosco labriego que con tardos bueyes
rompes los anchos campos castellanos;
tú, que pueblas con vides las laderas;
tú, a quien sus frutos de oro
dan el naranjo umbroso y las palmeras;
tú, que audaz buscas en remotas zonas
el ganado tesoro,
fiando al mar las combatidas lonas;
virgen que con el lloro
riegas hoy tus marchitas alegrías;
viejo soldado que en la pobre aldea
cuentas al nieto, en el hogar oscuro,
las victorias sin mancha de otros días;
madre infeliz, que sobre el pardo muro
de la iglesia desierta,
doliente apoyas las mejillas frías:
todos cercadme, y cual sagrado coro
clamad: -«¡Oh Patria, a quien lloramos muerta!
Patria, caída en afrentosas luchas;
Patria, si nos escuchas,
álzate erguida en pie: ¡Patria, despierta!»