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Vicente Wenceslao Querol
A la patria con motivo de la terminación de la guerra civil
No siempre, ajena a tu pasión ilusa
pero no a tu dolor, oh Patria mía,
verás muda, y sombría,
y esquiva y fiera a mi ignorada musa.
No siempre en noble ira
su balbuciente labio
responderá a la voz de la mentira
con el silencio o con el duro agravio.
Hoy, depuesto su enojo, a la confusa
turba gozosa uniéndose, su canto
mezcla del pueblo al jubiloso grito,
y aún en su rostro pálido y marchito
brillan las risas a través del llanto.
¡No, no es el himno triunfador! No temas,
Patria, que en las supremas
horas de tu aflicción, cuando el tributo
de las lágrimas tristes
baña tu faz, y cuando el negro luto
por tantos hijos que murieron vistes,
no temas que implacable
ella con dulce estrofa,
como en villana mofa,
de honor, de gloria y de laureles te hable.
Cuando en un pueblo estalla
la lucha fratricida,
no va sobre sus campos de batalla
la audaz Victoria del Honor seguida:
va el Pecado no más, va la proterva
desolación, y un eco sobrehumano
clama en los aires con palabra acerba:
«Caín, Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?»
¿Quién, pues, que noble sea
de triunfos hablará? La ardua pelea
fue un amargo deber, y hoy que cumplido
fue por ti, oh Patria, del combate infame
los trances dad al perdurable olvido.
¡Que ningún pecho inflame
ominoso el rencor! Los vencedores
pendones enlutad, y esos aceros,
de un crimen vengadores,
inclinando hacia tierra, los primeros
sed que lloréis sobre la tumba fría
de los que unió la muerte
en sacra paz tras de contienda impía.
Que oculte avergonzado el varón fuerte
sus heridas sin gloria,
y que, de Dios malditas,
rasgar podamos de la patria historia
las hojas, ¡ay!, con nuestro oprobio escritas.
Que harto para memoria
de nuestra infausta suerte
durarán las rüinas
todo un siglo quizá. Los rotos muros
de la ciudad entrada; los oscuros
restos del templo profanado; el yermo
campo talado; al pie de las colinas
los solitarios pueblos; sobre el monte
la soberbia trinchera;
al fin del horizonte
del bosque antiguo la gigante hoguera;
el puente roto sobre el ancho río,
y en el hogar sombrío
la orfandad, la miseria, el duelo, el llanto,
y acaso horrible el deshonor, bastante
causa han de ser para que a cada instante
trémulo surja el renovado espanto.
¡Ah!... ¡Felices si el santo
temor de igual desolación nos veda
de la discordia el castigado crimen!
¡Felices si redimen
nuestros dolores, de la Patria amada
la miserable suerte, y si en el tierno
corazón de sus hijos
todas las madres de la Iberia imprimen
la ley cristiana del cariño eterno!
¡Amor y paz!... Que la dorada espiga
los surcos que el cañón abrió en la tierra
fértil encubra, y que la sombra amiga
del árbol torne a coronar la sierra.
Que, sin temor del daño,
baje a abrevarse al apacible río
el balador rebaño.
Que en la festiva danza
de la plaza del pueblo las doncellas
rían y hablen de amor y de esperanza.
Que cruce por la selva,
donde el silencio duerme,
cuando al hogar abandonado vuelva,
solo, el soldado de la Patria inerme.
Que al pie de la alta cruz de los caminos
reposen los cansados peregrinos.
Que el recelo no trunque
del padre anciano el sosegado sueño.
Que retumbe el martillo sobre el yunque.
Que el hacha pula el derribado leño.
Que en nuestros valles caiga
la bienhechora lluvia,
como don de los cielos, y nos traiga
racimos negros y la espiga rubia,
para que el pan y el vino en nuestras manos
símbolo fiel de la obtenida calma,
nos partamos alegres los hermanos
como una santa comunión del alma.
¡Amor y paz!... Que el corazón exhausto
de ternura y de lágrimas, al templo
lleve el sufrido mal, como holocausto,
y allí gima y medite, y que el ejemplo
de tanto día infausto
le hable con grande voz. Las ansias vanas
de la ambición soberbia, el torpe arrullo
de la lisonja vil, las inhumanas
cábalas del orgullo,
de la mentida ciencia
la audaz palabra, el usurpado rango,
la quebrantada ley de la conciencia,
del goce impuro el cenagoso fango,
la inicua complacencia
con el delito y la honradez cobarde
que en el hogar sin combatir se encierra,
los monstruos son de la oprobiosa guerra
que inextinguible en nuestros pueblos arde.
Patria, siempre vencida
en esa lucha infame, álzate erguida,
y en la honra, en Dios y en tu preclara historia
puestos los ojos fijos,
busca el laurel de tu mejor victoria
dentro del alma de tus propios hijos.