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Vicente Wenceslao Querol
Psiquis
Como naves ancladas
del ancho puerto en el seguro asilo
cuando en el mar la tempestad arrecia,
en tu golfo tranquilo
duermen las islas Jónicas, oh Grecia.
Cual cisne de albas plumas
sobre el azul del lago,
coronada de brumas,
Chío levanta su contorno vago,
del mar entre las cándidas espumas.
Cual nido de palomas,
en medio de los bosques seculares
se alza un albergue entre las pardas lomas,
al que dan besos las volubles brisas,
cantos de amor los mares,
rumor las fuentes, el jardín aromas,
rayos el sol y el cielo sus sonrisas.
Allí es do Psiquis mora,
la de pálida frente soñadora,
la que vela desnudos sus hechizos
con la red de oro de sus blondos rizos.
Cuando va sobre el mar, blanca sirena;
náyade azul, cuando atraviesa el río;
ondina en la serena
fuente, y en el sombrío
bosque, que el mirto con la yedra aduna,
ninfa dormida al rayo de la luna.
Cuando la noche enciende
mil astros en la sombra,
entre el murmullo de la brisa entiende
ella una voz que tímida la nombra;
siente en los lazos del amor opreso
su corazón, y siente
de dulces labios perfumado beso
bañar sus ojos y rozar su frente;
pero quién sea su amador ignora,
y sólo triste sabe
que, como vuela, amaneciendo, el ave,
huye su amante al despertar la aurora.
Una noche... su mano la intranquila
lámpara oculta aproximando, aclara
el misterio escondido,
y al débil rayo de la luz que oscila,
sin flechas, ni arco, desceñido, inerme,
ve al dios alegre del amor, Cupido,
que enamorado entre sus brazos duerme.
Despierta el dios y con adusto ceño
a los ojos de Psiquis desparece,
cual desparece la visión de un sueño.
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De entonces triste y solitaria llora,
y en vano siempre aguarda,
desde que muere el sol hasta la aurora,
y ensordece la selva,
suplicando con mísero gemido,
que el dios voluble del amor, Cupido,
al fiel regazo abandonado vuelva.
Así el afán de investigar la ciencia
le roba al pobre corazón la calma;
así, al perder su cándida inocencia,
huye y no vuelve la ilusión del alma.