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Vicente Wenceslao Querol
Rima VIII
Cruzaba contigo el valle
a la hora en que las últimas
luces de la tarde el cielo
con rojas tintas alumbran,
cuando, al llegar a la fuente
que bajo el nogal murmura,
encontramos a una hermosa
gitanilla vagabunda.
-«¿No querrá el buen caballero
que en las líneas que se cruzan
sobre su diestra, adivine
cuál es su suerte futura?»
Tendí mi mano riendo,
mientras que, con honda angustia,
tú interrogabas los ojos
de la pitonisa muda.
-«Vos iréis -dijo la maga-
de un soñado bien en busca,
loco tras de un imposible.
que no habéis de lograr nunca.»
Yo escuché entonces un leve
suspiro del alma tuya
pasar llevando en sus alas
la afirmación de tus dudas.
-«Vos iréis por luengas tierras,
juguete de la fortuna,
hasta que en lejanos climas
una hermosa niña rubia
os aprisione en los lazos
de aquel amor que no dura
más que lo que duran breves
la juventud y hermosura.»
Tú doblaste sobre el pecho
la pálida frente mustia,
y apoyaste sobre mi hombro
las trémulas manos juntas.
-«No fiéis del falso amigo
que el traidor puñal aguza,
ni de la mujer querida
que miente el amor que os jura.»
En sollozos comprimidos
rompió al fin tu pena aguda,
y de tus nublados ojos
cayó el llanto en blanda lluvia.
Sentados junto a la fuente
nos vio la naciente luna,
oprimiendo con mi brazo
yo tu delgada cintura,
doblando tu la cabeza
entre risueña y confusa,
y escuchando estas palabras,
que ojalá no olvides nunca:
-«El porvenir de mi vida
sólo ha de ser obra tuya:
tu amor sencillo y eterno
será mi buenaventura.»