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    Vicente Wenceslao Querol

    A un buque náufrago

    Ahí, tendido en la desierta arena,
    cual gladiador vencido,
    náufrago buque, con amarga pena
    contemplo rotos tu poder, tu gloria;
    y el mar sañudo, que a tus pies resuena,
    parece, al son de sus movibles olas,
    celebrar tu desastre y su victoria.

    ¿Quién lo temió cuando por vez primera,
    al viento dando las tendidas lonas,
    soberbia nave, el resguardado puerto
    dejaste y, altanera,
    de las aguas sin fin por el desierto,
    buscaste audaz las apartadas zonas?
    ¡Qué bello entonces, nave, hubiera sido,
    cuando en bonanza el mar sus olas tiende
    y el sol de fuego, hasta el cenit subido,
    en cambiantes de luz el agua enciende,
    tu vela hinchando las saladas brisas,
    que blandas rizan la nevada espuma,
    verte llevada, como leve pluma,
    por sus extensas superficies lisas!
    O bien, al rebramar las tempestades,
    cuando imponente el huracán conmueve
    las inmensas, cerúleas soledades,
    y apiña el manto de enlutadas nubes;
    cuando la mar sus gigantescas moles
    lanza de Norte a Sur, de polo a polo,
    y un continente y otro estremecidos
    pueden apenas sostener su embate,
    ¡verte a ti, buque audaz, verte a ti solo
    ante el viento y la mar embravecidos,
    trabar con viento y mar rudo combate!
    Y ora mirarte allá en el horizonte
    punto negro escondido;
    ora avanzando al pavoroso empuje
    del agua, tal como gigante monte
    sobre ti desprendido;
    y verte al fin, las olas y huracanes
    venciendo, entrar en el seguro puerto
    que en largos brazos se extendía abierto,
    calma feliz brindando a tus afanes.

    Hoy, escarnio del mar que dominante,
    muestra eres fiel de la inconstante suerte,
    muda lección que a los humanos dice
    el fin cercano del poder más fuerte...
    ...Tal en la tierra míseros despojos
    vemos aún de los pasados pueblos
    que sobre el mundo han sido,
    restos de los imperios naufragados
    en el mar de la edad, que ella abandona
    sobre las playas del eterno olvido.

    [...]

    Como tú, buque audaz, el alma mía
    bogó al nacer por mares de ventura;
    después la tempestad de las pasiones
    cambió su claro cielo en noche oscura,
    y airados aquilones
    la combatieron con su furia impía,
    hasta que al fin, del triste desengaño
    sobre la arena fría,
    náufraga mi esperanza se halla ahora,
    sombra no más de lo que fue algún día.

    ¡Nave infeliz, si tu cortante prora
    surcó la mar en busca de riquezas,
    que la paz y el comercio te brindaron,
    yo deploro tu fin! Mas, si sus iras
    en ti escondió la tormentosa guerra,
    que en sed de sangre y destrucciones vino
    a conturbar el golfo cristalino,
    estrecha siendo a su furor la tierra;
    si obedeciendo, cruel, a tu marino,
    aportaste a las líbicas arenas
    para llenar tu seno, en su codicia,
    con sus hijos cargados de cadenas,
    que América por oro le trocase,
    saciando su sacrílega avaricia,
    o si buscate, oh nave, entre los mares
    a la ambición del hombre un nuevo mundo
    ignorado hasta aquí, donde la Europa
    su germen lleve de dolor y horrores,
    y de su vicio inmundo
    derrame llena la nefanda copa,
    bien hizo el ancho mar, el mar profundo,
    en desatar su rabia y sus furores
    para arrojarte sobre playa ignota,
    donde la ira de tu Dios se lea,
    y abandonada y rota
    lección al hombre tu infortunio sea.




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